Cuando llegues al otro lado by Mariana Osorio Gumá

Cuando llegues al otro lado by Mariana Osorio Gumá

autor:Mariana Osorio Gumá [Osorio Gumá, Mariana]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-607-317-886-0
editor: Penguin Random House Grupo Editorial México
publicado: 2019-01-15T00:00:00+00:00


Ya se te trepó el muerto.

El piar del pájaro la despertó de un brinco. Vio brillar las hojitas del mezquite sobre su cabeza, como mariposas inquietas bajo la luz de la tarde. El calor canijo había amainado: un frescor de luz que iba alejándose. Intentó moverse sin conseguirlo. En cambio, sintió cómo el árbol la contemplaba.

Ya se te trepó el muerto.

La voz de Mamá Lochi salía desde sus mismísimas tripas. Y el gorjeo agudo del ave: una rasgadura tensa y envolvente que la hizo abrir los ojos para regresar al mundo.

Emilia recordó: a veces, allá en el pueblo, sólo volvía en sí con un grito que rompía las cuerdas recias que la ataban al otro mundo. Jalando aire como recién nacida. Ahora un sudor que ya apestaba caía por su frente. Tenía la boca pastosa y una sed recia no dejaba de cabalgar a lomo de los instantes.

Al salir del atolladero en el que andaba su alma, y cuando al fin logró abrir los párpados y saberse despierta, habría querido mirar los cerros de Amatlán: el cielo enmarcado por el ramaje de los ciruelos reverdecidos. El canto dulce del sabio y chismoso petirrojo que solía espiar el mundo de los hombres desde los tecorrales. Sin embargo, salvo cierto quebranto de la luz y el calor, que auguraban la muerte de la tarde, el paisaje era el mismo al de antes del sueño pesaroso. Desierto seco, pulido en su aridez distante, repleta de esa soledad que nomás le deslucía el ánimo. Un nuevo gorjeo del ave, parado sobre la copa del mezquite, la obligó a levantar la cara. Reconoció su canto como el mismo de las noches anteriores, el mismo cacareo que sobrevoló el jeep cuando la llevaban secuestrada. Si algo le había enseñado Mamá Lochi durante sus andanzas por los cerros de Amatlán, fue a distinguir el canto de las aves. Solía repetir que por ser su nieta era una calandria chillona, pues en su corazón vibraba un ave: podía reconocerlo porque en el de ella misma vivía una que no se estaba sosiega.

Las plumas blancas, bien levantadas, crecían sobre la cresta del pájaro: el pico filoso, los ojillos rutilantes y avispados con los que observaba. Plumas blancas con tonos azules sobre el lomo, alineadas de tal forma que parecían fluir como hojas al viento. Emilia y el ave se observaron. Algo venía a decirle y esperó a escuchar su voz. Sin embargo, salvo el movimiento chaparro de sus ojos, nada se inmutó hasta que agitó las alas y se echó a volar arrastrando el escándalo de su gorjeo. Se levantó y lo siguió con la mirada hasta verlo desaparecer, bien a lo lejos, entre las rocas de los montes.

—Quieres que te siga —se oyó decir—. Pues hacia allá mero voy —y se apuró a echar la pistola en un bolsillo del pantalón, antes de sacar de la bolsa un billete de cien dólares. Sobre él, con la pluma que había dentro de la bolsa, le escribió a su hermano: A la cañada.



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